Un comercial cercano a la jubilación me visita a última hora de la tarde para intentar venderme algún mueble con muy poca fe en ello y en sí mismo. Me dice que está visitando una media de diez mueblerías diarias y que no vende, como le ha pasado conmigo. Le creo. También me dice que España se ha convertido en un país triste. Que pocos años atrás, cuando salía a trabajar, había gente en la calle, en los bares, y que la gente se reía. Ahora dice que la poca gente que hay está mustia. Le creo nuevamente. Por eso si creo que el dinero da la felicidad, y no me refiero a una gran fortuna ni al euromillón; me refiero al sueldo de cada uno, a la confianza que supone que trabajas y que vas a cobrar, a vivir sin miedo a ser despedido o a no dormir porque no se sabe de dónde saldrá el dinero para pagar nóminas, proveedores... Por eso tengo que darle la razón en la tristeza de España, y espero que vivir trabajando dignamente y sin miedo al día siguiente deje deje de ser para muchos algo casi utópico, y los bares y las calles vuelvan a llenarse de sonrisas, porque el dinero en su justa medida sí da la felicidad.
XLSemanal nº1257
Marta Fernández Reboredo
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